RAEM

Rosalyn Yalow

Autor/es: Julio Libman, Ariel Sánchez

Recordando a Rosalyn Yalow

 

I

En 1969, durante el tercer año de mi beca del NIH como investigador postdoctoral en los Estados Unidos, tuve oportunidad de participar en cursos dirigidos por la Dra. Rosalyn Yalow a más de 150 endocrinólogos con el objeto de entrenarlos en el empleo del radioinmunoanálisis (RIA) y así difundir la nueva metodología.
Rosalyn Yalow nació el 19 de julio de 1921 en Nueva York. Completó el ciclo escolar medio a los 15 años de edad; sus dotes ya se habían manifestado, a punto tal que sus maestros insistieron en que hiciera carrera en las disciplinas fisicoquímicas. Y así fue. En la universidad fue la primera mujer graduada en física con mención magna cum laude, recibiendo posteriormente el doctorado en física nuclear de la Universidad de Illinois en 1945.
Se incorporó al Hospital de Veteranos del Bronx, donde conoció en 1950 al Dr. Solomon Berson, dando comienzo a una estrecha y fructífera colaboración que dio como resultado el desarrollo de los RIA. La introducción de las técnicas de RIA para la determinación de insulina plasmática en 1960 (Yalow RS, Berson SA. Immunoassay of endogenous plasma insulin in man. J Clin Invest 39: 1157, 1960) y la posterior aplicación de este método y sus modificaciones para la cuantificación de otras hormonas y sustancias han producido un cambio fundamental en el campo de la endocrinología y la medicina en general, dando origen a un procedimiento que presenta como características sobresalientes su especificidad y alto grado de sensibilidad. Es de destacar que nunca patentaron sus hallazgos.
Fue galardonada con menciones y premios a nivel nacional e internacional; fue miembro de la Academia Nacional de Ciencias, y recibió entre otros el Premio en Ciencias Naturales de la AcaAcademia de Ciencias de Nueva York, el Premio a la Investigación Médica en Ciencias Básicas Albert Lasker en 1976, y el Premio Nobel de Fisiología y Medicina junto con Schally y Guillemin en 1977. En todas sus actividades y en distintas circunstancias mostró talento, tenacidad y constancia, al igual que una gran capacidad docente. En lo personal, formó una familia y tuvo dos hijos.
En un curso realizado en Temple, Texas, tuve oportunidad de interactuar con ella, lo que dio origen a una relación continuada en el tiempo. En esa reunión, y con posterioridad, me asesoró y luego me facilitó la obtención de hormonas para usar como estándares y para marcar con 125I, así como los anticuerpos respectivos a ser utilizados en Houston, donde desarrollaba mi beca, y posteriormente en Rosario. Como consecuencia de la relación establecida, tuve oportunidad de invitarla a visitar la Argentina en dos oportunidades; dictó conferencias y participó en seminarios en Buenos Aires, Rosario y Córdoba. En nuestra ciudad se le otorgó el título de Profesor Visitante de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario. Su visita estimuló la realización en Rosario del Simposio sobre Métodos Radiocompetitivos para la Cuantificación de Hormonas, que organicé a través de la Fundación para el Fomento de Estudios Endocrinológicos “Prof. Juan José Staffieri” con la participación de 12 relatores, y por otra parte me estimuló para la presentación de mi Tesis Doctoral sobre Radioinmunoanálisis de Somatotrofina.
En el 2011, año en que falleció, era Profesora Distinguida Emérita de la Escuela de Medicina Mount Sinai de Nueva York, e Investigadora Emérita del Centro Médico de Veteranos del Bronx.

 

 

II
En 1971, al promediar mi año de internado en Clínica Médica en la Facultad de Medicina y Odontología de Nueva Jersey, se me planteaba una duda: si empezar la residencia en Medicina Interna allí mismo o cambiar de lugar de entrenamiento de posgrado. Mi interés ulterior era la Endocrinología, y no me satisfacía el nivel de esa especialidad en el hospital donde estaba cursando. Me hice asesorar por varios conocidos, y finalmente opté por pasarme al Hospital de Veteranos del Bronx (afiliado a la Facultad de Medicina de Monte Sinaí, dependiente de la Universidad de la Ciudad de Nueva York); sabía que en sus laboratorios se estaban produciendo avances impresionantes en los análisis hormonales. Hice mi solicitud, tuve una entrevista, y me aceptaron. Al comentarlo con el endocrinólogo jefe del Hospital de Veteranos de East Orange (NJ), me dijo despectivamente “¿Por qué piensa cambiarse a ese servicio, donde todo es manejado por una física?” Algunas personas carecen del don de la presciencia…
Durante el 1er. año de residencia en Medicina Interna roté por el servicio de Endocrinología del Hospital de Veteranos del Bronx (entonces ubicado en un viejo edificio de ladrillo visto con varios pabellones interconectados, en medio de un bello parque sobre el río Hudson, que había sido un internado católico; hoy ha sido trasladado a una moderna torre en el mismo predio, y rebautizado James J. Peters Veterans Affairs Medical Center). Fue entonces que conocí a la Dra. Yalow, una mujer de estatura mediana, de pelo renegrido y tez oscura, sonrisa de grandes dientes, de trato correcto pero algo distante. Durante mis dos años como residente en Endocrinología tuve muchas oportunidades de verla y conversar con ella. La Clínica de Tiroides no funcionaba donde estaban situados los demás consultorios externos del hospital, sino en el propio laboratorio de hormonas (antiguamente una dependencia del servicio de limpieza del hospital), ya bautizado con el nombre del extinto Dr. Salomon A. Berson, diabetólogo, coinvestigador y coautor de los trabajos liminares sobre la nueva técnica del radioinmunoanálisis. Corría por el hospital la anécdota de la sorpresa que se habían llevado quienes practicaron su autopsia –legalmente obligatoria, ya que Berson había muerto en 1972 de un infarto cardíaco durante un meeting en Atlantic City–. Hallaron tal carga ateromatosa en todo el árbol arterial cerebral de Berson, que resultaba sorprendente su altísimo rendimiento intelectual hasta el fin de su vida. Las horas de consultorio de la Clínica de Tiroides eran temprano por la tarde, y los residentes debíamos sacar las muestras de sangre venosa que luego se analizarían en el laboratorio. Allí aprendí de modo práctico que no siempre el paciente debe estar en ayunas para ciertas determinaciones… Con frecuencia me tocaba usar el antiguo tensiómetro de mercurio en caja de madera que había pertenecido al doctor Berson.
Rosalyn era extremadamente exigente con sus colaboradores. Era proverbial su resistencia a la fatiga, y abandonaba muy tarde su laboratorio cuando la situación lo requería… y por supuesto todo el plantel debía permanecer a su lado. Fui testigo de la severa amonestación que le hizo a un fellow israelí, que estaba de guardia un domingo para supervisar una delicada separación electroforética, y había cometido la falta de irse a dormir una siestita… ¡justo cuando su jefa pasó a ver cómo marchaba todo! A otro de sus colaboradores, que ya había participado en algunas publicaciones sobre la heterogeneidad de las formas circulantes de la PTH, no dudó en despedirlo cuando descubrió que había falseado unos resultados en el borrador de un importante paper que debían enviar al Journal of Clinical Investigation. El pobre colega (solo aludiré a él por su apodo: Bob) terminó atendiendo un consultorio de endocrinología en una pequeña ciudad del interior del estado de Nueva York.
Por entonces estaba empeñada en solucionar algunos problemas que se le presentaban en el desarrollo de RIAs capaces de dosar colecistoquinina, péptido intestinal vasoactivo y otras hormonas gastrointestinales. Bromeaba, diciendo: “Estoy segura de que conociendo estas señales hormonales se podrá revelar la compleja fisiopatología de la obesidad, y encontrar un tratamiento efectivo contra ella. ¡Con eso podré ganar el premio Nobel!”
A mí me invitó a sumarme a su laboratorio. A pesar de que yo admiraba los complicados y elegantes procedimientos que permitían dosar cantidades infinitesimales de hormonas circulantes, era más fuerte mi interés por la práctica clínica de la especialidad, y rehusé esa oportunidad. Sin embargo, durante una pasantía llegué a hacer algunas experiencias en el marcado de hormonas con yodo radiactivo de alta actividad específica y en la separación hormonal usando largas columnas llenas de gel de agarosa…
Hacia el final de mi último año como residente de Endocrinología (mediados de 1975), se corrió la voz de que Rosalyn Yalow había sido distinguida con el premio de la Asociación Médica Americana al mérito científico. Rápidamente la dirección del hospital organizó un brindis en el salón de actos, algo sumamente inusual. Ella ya era candidata al Lasker, el premio en ciencias más importante del país, y considerado una antesala del Nobel. Fue la primera presidente mujer de la Endocrine Society y la primera en ese cargo previamente laureada con un Nobel.

 

REV ARGENT ENDOCRINOL METAB.

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