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Segunda Parte:
Nuestro grupo estuvo integrado por Riggs, Brownell, Eleanor Brown (la técnica en yodo de Riggs) y yo.
Nuestra primera parada fue Lima, donde dimos algunas conferencias invitados por el Dr. Alberto Hurtado.
Luego proseguimos a Santiago, donde nuevamente dimos charlas y visitamos a colegas, incluyendo a Middleton, Liepshutz y Loco, siendo casi destruidos por su exuberante hospitalidad. Entonces, un día alrededor de las 4 de la mañana, nos levantamos de la cama y nos dirigimos a abordar el pintoresco tren trasandino rumbo a Mendoza, pasando por uno de los escenarios más maravillosos del mundo. Llegamos a las 2 de la mañana siguiente y fuimos recibidos por una gran delegación de la Universidad. Fue un gesto muy generoso.
Nada nos dio más placer que enterarnos, en ese momento, que nuestro embarque había llegado ese mismo día en un vuelo militar especial desde Buenos Aires. Nunca pude descubrir quién fue el que hizo todos esos críticos arreglos.
Sorprendentemente, cuando abrimos los paquetes, encontramos que sólo se había roto un termómetro de vidrio. Durante el día siguiente armamos un blindaje de plomo para el contador G e i g e ry obtuvimos un cadáver para determinar la corrección del backscatter y para estandarizar los procedimientos de conteo del 131I. Los escalímetros fueron enchufados en los tomacorrientes de la pared y funcionaron. Un día más y estábamos listos para empezar con los pacientes. Nuestro primer sujeto fue una mujer joven, alta, de cabellos negros, llamada
López, que tenía un bocio que podía verse desde el otro extremo de la habitación. Le dimos una dosis trazadora oral de radioyodo y medimos su acumulación tiroidea durante intervalos cortos. Como nosotros conocíamos la velocidad de conteo de la dosis, pudimos apreciar que era lo que estaba sucediendo, y quedamos pasmados por la rapidez con que su tiroides captaba el isótopo. Esta acumulación veloz y el elevado nivel de captación fueron, otra vez, acortando los tiempos en, virtualmente, todos los pacientes. Los estudios pro s i g u i e ron casi sin dificultades. A través de los esfuerzos del Dr. Perinetti y su grupo, nosotros estudiamos a todos los pacientes que pudimos. Fuimos acompañados por el químico Juan Itoiz y luego de nuestro arribo por Enrique del Castillo. Más tarde, y por algunas semanas, se sumaron Alberto Houssay y Eduardo Trucco. Sus contribuciones fueron invalorables en el manejo de los pacientes, el ensamble de la información y también en la ayuda para resolver los problemas idiomáticos. Perinetti fue una fortaleza sin cuyo constante aporte nada hubiese podido plasmarse.
Riggs anduvo en problemas con el ensayo de yodo. Los valores de las determinaciones no tenían sentido, obviamente hubo una gran contaminación de algún lado. El aparato trabajaba muy bien, los pacientes traían sus orinas de 24 hrs. por centenares de litros, pero las concentraciones de yodo estaban absurdamente elevadas.
Riggs probó y controló cada cosa con la cual había tenido anteriormente algún problema. Finalmente, ya desesperado, analizó su arsenato, con el cual nunca tuvo antes contaminación alguna. Sin embargo, esta vez encontró que estaba muy contaminado con yodo. Afortunadamente, pudimos conseguir otra botella y los resultados fueron estupendos, aunque un poco tarde en este juego. Por suerte, tuvimos la precaución de guardar una alícuota de orina de cada paciente. Estas fueron llevadas a Boston y los análisis se completaron en los meses siguientes.